viernes, 30 de junio de 2017

El viejo arte de escribir cartas



¡Por favor! ¡Qué alguien me diga que recuerda cuando se escribían cartas! Yo lo recuerdo y no soy tan vieja. Soy consciente  de que hay una generación que nació en la era digital en la que hablar de internet, celulares, skype, Facetime, WhatsApp, etc., es lo más normal del mundo. Sé que existen personas que no se pueden imaginar cómo era el mundo antes del celular. También sé que hay otras que el único correo que conocen es el electrónico; que piensan que la dirección postal es solo para llenar documentos oficiales y para que le lleguen a uno las deudas. Esto último sino no sean matriculado en el programa «paperless» de la compañía para que todo se lo envíen al email.

Yo sé todo esto, sin embargo, no deja de asombrarme cuando personas de mi generación, o anteriores, se muestran asombradas y confusas cuando les digo que quiero escribir una carta de mi puño y letra o que me gustaría recibir una carta de algún amigo en el buzón. De repente, parece que me salieran monos en la cara por la mirada incrédula de mi interlocutor. 
  • Pero... ¿Tú no lo tienes en Facebook?
  • Sí, lo tengo en Facebook.
  • Pues envíale un mensaje por Messenger.
  • ¿Un mensaje por Messenger? Si yo le escribo por WhatsApp todos los días.
  • ¿Entonces?
  • ¿Entonces qué?
  • ¿Para qué quieres escribirle una carta de papel?
  • Bueno, para hacer algo diferente. No sé, enviarle cosas bonitas.
  • Nena, pues envíale un email con algún video de YouTube o algo así. 
  • Pero es que yo quiero enviarle algo tangible; algo que pueda, tocar, admirar y leer de mi puño y letra.

Mi interlocutor me mira perplejo, como me mira la empleada de la tienda cuando, en la sección de tarjetas, le pregunto que dónde están los conjuntos de papeles con diseños y sobres para escribir cartas. ¡Es que me mira con una cara! Parece que le dijera “buenas tardes, señora, ¿sería tan amable de indicarme cómo llego al planeta B612? Me urge estar allí para cuidar de mi rosa. Por cierto, ¿no tendrá usted por ahí un par de aves que me preste para volar de regreso a mi planeta?”.

En este nuevo mundo tecnológico, donde la gratificación instantánea es la orden del día, el arte de escribir cartas a mano se convierte en algo lejano, confuso e ininteligible. ¿Por qué esperar días, hasta semanas, por una carta? ¿Por qué? Creo que los que llegamos a escribir cartas a nuestras amistades o a algún gran amor sabemos por qué: la emoción que rodea todo el proceso. Recordamos la alegría a la hora de escoger el papel y el sobre con los mejores diseños antes de escribir la misiva. Algunos escribían en un color de bolígrafo en específico; otros enviaban dentro de los sobres pequeños obsequios: una foto, un marcador de libros, un recorte de periódico, etc. Pero si eso era emocionante, más lo era esperar la respuesta de la carta. ¿Cuánto se tardaría en responder? A eso había que añadirle el hecho si la persona vivía en otro país: después de escrita, hasta una semana si era E.E.U.U. y dos semanas si era Europa. ¿Y si mi carta nunca llegó? ¿Y si su respuesta se extravió? Entonces, cuando íbamos al buzón, allí estaba: sentadita muy quieta, escondida detrás de las otras cartas que solo hablaban de deudas. Tomábamos la carta en las manos y nos encerrábamos en el cuarto a leer. Nos fijábamos en los trazos de cada letra, en el tipo de papel; leíamos cada oración lentamente y escuchábamos la voz de la otra persona resonar en nuestra memoria. Reíamos con las anécdotas y los chistes de los amigos; llorábamos con las noticias tristes de algún familiar; suspirábamos con los requiebros de amor. 

Tal vez todos ustedes me entiendan; tal vez solo me entiendan algunos. Quizás uno que otro me mira con ternura porque verá en mis palabras algún recuerdo, alguna añoranza, alguna nostalgia. ¡Quién sabe! Es posible que haya un poco de todo o nada. No crean que voy a abandonar toda la modernidad de la tecnología para encerrarme en el siglo XIX de las utopías. ¡Qué va! A mí me encanta la tecnología y el internet me permite hablar con ustedes, que viven en diferentes países. No obstante, de vez en cuando quisiera escribir una misiva; quisiera vivir las emociones que vivía cuando lo hacía. Sé que todo es pura nostalgia o anhelo inconfeso, pero no se puede negar que hay una magia especial en el viejo arte de escribir cartas. 

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