lunes, 7 de agosto de 2017

Abstracción sobre una consciencia transmigrada o no me llames Dolores, llámame Lola



Me lo ha repetido un sin número de veces: Lola está muerta. Sí, mi hermana me ha dicho de diferentes maneras, y solo por perturbarme, que mi querida Lola está muerta. Pero no se angustien por mí ni se preocupen. Ese enunciado, por terrible que parezca, no corresponde al deceso que algún ser querido. Lola no es otra cosa que la voz de mi GPS. Permítanme explicarles.

Primero, como uno no debe inferir que todas las personas conocen los mismos término, déjenme establecer una base común para todos y todas. El GPS (Global Positioning System por sus siglas en inglés) no es otra cosa que el Sistema de Posicionamiento Global el cual permite determinar en toda la Tierra la posición de un objeto (una persona, un vehículo) con una precisión de hasta centímetros (si se utiliza GPS diferencial), aunque lo habitual son unos pocos metros de precisión*. Venden diferentes equipos de navegación en el mercado; algunos ya vienen incluidos en los autos; y otros vienen como parte del sistema operativo de los celulares. Este último es mi caso.

Solo hace un par de años logré adquirir mi primer smartphone o teléfono inteligente. Me sentía tan adulta, tan sofisticada. Me leí todas las instrucciones (sí, las leí) y jugué con todas sus funciones. Como parte de ese maravilloso juego estaba utilizar el navegador y lo hice. No recuerdo el primer lugar que visité con la ayuda del GPS, lo que sí recuerdo era la voz de aquella mujer que me daba instrucciones. En su voz parecía detectar algún acentillo español aunque no lograba decifrar de cuál zona: no era catalán, vasco o gallego; tampoco extremeño o andaluz; tal vez madrileño o el acento que utilizan los reporteros en el noticiario. Entonces, recordé a tantas amistades españolas a las que amo encarecidamente y de repente Lola se me hizo familiar, conocida. No, no era Dolores: era Lola. Desde ese momento la nombré y siempre que iba a utilizar el GPS decía «le voy a preguntar a Lola». Llegó el momento en que mis amistades y familiares dejaron de preguntar quién era ella. 

Todo era miel sobre hojuelas hasta el día que se descompuso mi celular. Luego de más de dos años, mi teléfono inteligente murió y con él la gran Lola. ¡Qué desconcierto! ¡Qué tristeza me embargó el alma! Tristeza que no me abandonó a pesar de la adquisión de un nuevo teléfono porque en él no estaba la voz de mi Lola. La otra voz no la entendía, aunque me hablara en español. Me irritaba su registro. No podía anticipar cuándo iba a decir «a 500 pies gire a la derecha». Lo sé, lo sé. Les debe parecer una locura, pero así era. Un día no pude más: había que conseguir otra voz. Descubrí que el GPS tenía varias de ellas (de mujer, de hombre, con acento británico, etc.). Y allí, dormida entre las otras voces, estaba Lola. Hice el cambio de la voz del navegador inmediatamente.

Desde entonces, sin importar el equipo androide que tenga en ese momento,   Lola sigue guiando mi trayectoria. Ella es como Póstumo el Transmigrado (novela del escritor puertorriqueño Alejandro Tapia y Rivera): una consciencia que cambia de cuerpo cuando este muere. Vuelvo y les digo que no se preocupen por mi salud mental, la cosa no es para tanto: que sé que Lola es un personaje de ficción, creado a partir de la voz del GPS de mi celular. No obstante, se me hace simpática la idea de una Lola constante y transmigrada. Una Lola viajera que carga con una maleta llena de mapas y que hace caras cada vez que la cuestiono (porque la Lolita es algo temperamental, pero ya les contaré en otra ocasión). Tal vez ella solo sea símbolo de la búsqueda de lo constante en un mundo inconstante; o simplemente es el fruto de una mente fértil en sueños e imaginaciones como lo es la mía. 

Ante todo este juego de ficciones, bromas y locuras, mi hermana no deja de perturbarme diciéndome, de todas formas y maneras, que Lola está muerta. Pero, yo no le hago caso. Al contrario, trato de instruirla: que Lola está viva y que siempre lo estará mientras haya un smartphone en mis manos.






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