Todavía tenía algo de
escalofrío y malestar general: el catarro reclamaba su estancia en el cuerpo.
No obstante, tenía que ir a trabajar. Ya había faltado un día a la oficina para,
entre delirios de fiebre, medicamentos y abundante líquido, tratar de ganar la
compostura. Y digo ganar la compostura porque la salud no se gana por completo
en un solo día de descanso. En fin, que llegué a la oficina con paso lento,
ojos llorosos y congestionada. Mi intención para el día: visitar un salón,
hablar con una profesora, leer par de documentos, etc. Lo que pedía mi cuerpo:
llegar a mi trabajo, sentarme en la silla, cruzar los brazos sobre el
escritorio y bajar la cabeza hasta las 4:00 de la tarde. En esta circunstancia
es muy difícil encontrar el punto medio entre mi intención y lo que me pide el
cuerpo.
En mi batallar por
encontrar ese punto medio y cumplir mis obligaciones, llegó a la oficina una
estudiante de rostro iluminado y mirada preocupada. (Bueno, la visita que
pensaba hacer a un salón se pospone). Invité a la chica a tomar asiento.
- Hola. ¿En qué te
puedo servir?
- Tengo que escribir
un cuento.
¡Bum! Y como por arte
de magia, todos mis sentidos se sincronizaron. Las nueve musas aparecieron y
Calíope me guiñó un ojo.
-Tengo que escribir
un cuento para la clase de Español y no estoy segura si lo que hice está bien.
(Para mí siempre es
un honor que alguien me pida la opinión sobre este particular. Aunque,
confieso, esto puede ser una navaja de doble filo. Pero, en cuanto al arte, el
peligro es lo mío…eh…casi siempre).
La joven comenzó a
narrarme su historia: historia de charcos, nubes y gotas de lluvia; historia de
miedos evaporados y de océanos de esperanza. Entonces la sonrisa de la joven se
hizo agua dulce, agua cristalina; y sus ojos, lagos sobre los que podía ver las
ondas que provocaba Calíope mientras soplaba gentil sobre ellos. Calíope, la de
la bella voz, había cantado al alma de esta joven una canción épica solo para
ella. Y yo había tenido el privilegio de escucharla a través del eco de
aquellas palabras. Yo, una simple tutora, había tenido la oportunidad de ver el
nacimiento de una mariposa de luz detrás de aquella sonrisa de agua.
Felicité a la
estudiante por su cuento. Hablamos sobre algunos detalles que sería bueno pulir
y trabajarse. Pocas veces he visto a alguien resplandecer al descubrir que lo
que hizo valía más que la pena. La joven se puso de pie y agradeció mi ayuda. Prometió
volver para que yo viera el resultado final de su escrito y la ayudara con la
edición del mismo (ustedes saben, la parte árida del acto creativo: la
corrección de la gramática y la ortografía).
Cuando la chica
salió, la oficina quedó impregnada de un rocío fino con olor a amaneceres. Miré
a Calíope a los ojos.
-No la dejes sola.
-Jamás.
* Foto: Woman Underwater de Getty Images. Fotógrafa: Zena Holloway. http://www.gettyimages.com/license/184424234