El timbre de la escuela sonó
(eran las 3 de la tarde). Cada rincón del recinto supo que las labores del día
habían terminado. Los niños tomaron sus bultos y salieron corriendo del lugar.
Yo era uno de ellos. Corría hacia la libertad, así que bajaba los escalones de
la escalera de tres en tres. La libertad te da alas. Mi abuela me esperaba
frente a la escuela. Le daba un beso, le pedía la bendición y caminaba junto a
ella contando los minutos. El trayecto hacia la casa no era largo, pero yo lo
sentía eterno. Trataba de correr con todas mis fuerzas mas la voz autoritaria
de mi abuela gritando mi nombre me hacía caer en cuenta que no debía abandonar
su lado. Y aunque hubiera podido invertir el tiempo pensando en qué deberes me
habían dado, yo entendía que no era el momento en pensar en asignaciones,
proyectos o tareas. Era el momento de contar los minutos para llegar a casa:
pronto comenzaría mi programa favorito. La realidad era que el «pronto» no era
tan pronto. El programa comenzaba a las 6:30 después de las noticias del canal
2. Pero yo tenía que hacer varias cosas antes de sentarme a ver televisión:
tenía que bañarme, poner la ropa en gancho, comer y sacar las asignaciones para
luego hacerlas. Cuando llegaba la hora, me metía en el cuarto de mis padres,
prendía el televisor, me sentaba en la butaca de mi papá y esperaba la
introducción del esperado programa: «Este es el programa número 1 de la
televisión humorística… ¡El chavo del 8!...».
Entonces, mi felicidad estaba completa.
El chavo del 8
fue un programa mexicano muy exitoso que se vio prácticamente en toda América y
España. La primera aparición del mismo fue en 1971 y duró hasta 1980, aunque
sus personajes también hicieron apariciones en el show de Chespirito hasta 1992. El
chavo del 8 presentaba las peripecias de un niño y sus amigos en la
vecindad donde vivía. En ella podíamos ver representados diferentes tipos de
personas: los que pertenecían a una clase social privilegiada y vinieron a
menos (Doña Florinda); los profesionales de la educación (Profesor Girafales); el
empresario local (Señor Barriga); el pobre que no encuentra - o no quiere
encontrar - trabajo (Don Ramón); la anciana que vive entre el pasado y la
realidad que le ha tocado (Doña Clotilde); y la niñez que repite los patrones
de vida que han visto de sus padres (Chilindrina, Kiko y Ñoño) o aquella que
trata de sobrevivir sola en esa sociedad violenta a la que ha llegado sin saber
por qué (Chavo).
La violencia en América Latina
se había convertido en una realidad palpable. Los 70 vieron el comienzo de
varias dictaduras: Hugo Banzer en Bolivia; Alfredo Stroessner en Paraguay;
Augusto Pinochet en Chile; Juan María Bordaberry en Uruguay; Jorge R. Videla en
Argentina, entre otros. En esa misma década, México sufrió una gran crisis
económica que provocó conflictos con el sector sindical. Toda esta violencia
generalizada tiñó también cada episodio de la serie: Doña Florinda le pegaba a
Don Ramón; Don Ramón le pegaba al Chavo, a Kiko o a la Chilindrina; el Chavo le
pegaba a Kiko, este también le pegaba; y así sucesivamente.
Se preguntarán por qué estamos
hablando de El chavo del 8. El 17 de
junio falleció el actor Rubén Aguirre quien interpretaba al Profesor Girafales,
maestro de los niños y el interés romántico de Doña Florinda. Su partida fue
cubierta por los medios noticiosos y las redes sociales. Fueron muchos, en
distintas partes del mundo, los que expresaron sus condolencias a la familia
del actor y quienes contaron más de una anécdota sobre él. Y es que la muerte
de Rubén Aguirre puso a todos los que vivieron la experiencia del Chavo en el lugar de la nostalgia. Nostalgia
por una vida pasada; nostalgia por la inocencia; nostalgia por los que estaban
con nosotros y ya no están. Todo se resume en la pena de vernos ausentes de los
lugares y las personas que nos formaron. Es una tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida
(http://dle.rae.es/?id=QdfICDo). ¿Cuál dicha perdida? Para aquellos y aquellas que
vivieron los horrores de la dictadura, la dicha de poder borrar - o al menos
ignorar - el dolor, el miedo y el sufrimiento por 30 minutos. La dicha de poder
vivir en un mundo, el mundo de la vecindad, que tenía sentido; un lugar en el
que las cosas malas ocurrían, pero se resolvían con una estruendosa carcajada.
Tal vez, lo que nos trae en esta
hora la adultez es la oportunidad de crear escenarios de vida y esperanza allí
donde la historia sembró dolor, muerte y terror. Tal vez lo que nos trae es
recordar con cariño aquellos que ya no están con nosotros, pero que nos
modelaron lo que era amar y vivir la vida dignamente. La adultez nos ha llevado
a vivir en un nuevo espacio, en una nueva vecindad llamada Mundo y mientras
encuentro mi lugar en esa vecindad, no puedo evitar escuchar en mi cabeza la
canción tema del programa de mi infancia ni que en mi rostro se esboce una
sonrisa.