Confieso que disfruto cada momento de la actividad. (Bueno, casi cada momento: las filas infernales no las disfruto para nada). Caminar por entre los pasillos, rodeada de todo tipo de criaturas y personajes se convierte en un banquete para mi imaginación que ya de por sí es bastante traviesa. Según vas caminando, te das cuenta que has entrado a una zona libre de acoso. Todos los «raros» -estofones, weirdos, nerdos y travestidos- encuentran un espacio en el que ya no son el otro, sino el uno. Todos caminan con el rostro erguido, con paso seguro, sonreídos. De repente, sus cuerpo no son atacados por ser gordo o flaco; alto o bajo. No importa si eres una señora con nietos vestida de Mujer Maravilla o si eres un adolescente varón que se siente feliz porque por fin puede ir vestido de Elsa mientras susurra para sí Let it go. Aquel espacio de lo fantástico se transforma en el espacio de la liberación. La apertura interpretativa que cada individuo da a su Yo llena el ambiente de un aire de jubileo que resulta contagioso y hasta liberador. Mi pregunta es ¿por qué estos seres que representan la otredad tienen que esperar un año para disfrutar de una visibilidad, no solo permitida, sino plausible? ¿Por qué tienen que llegar a ese lugar para sentirse seguros y libres de acoso? ¿Qué nos pasa que como sociedad vituperamos, golpeamos y humillamos a una parte de la misma por ser diferente? ¿Cuándo llegará el momento en que nos sentemos a evaluar nuestros actos y comencemos a vivir conforme a la Justicia? Entre nosotros y nosotras viven los monstruos, los héroes y las princesas valientes; entre nosotros y nosotras está la respuesta.
Porque entre los vericuetos del lenguaje siempre hay lugar para una quijotada.
jueves, 26 de mayo de 2016
Entre monstruos, superhéroes y princesas valientes
Confieso que disfruto cada momento de la actividad. (Bueno, casi cada momento: las filas infernales no las disfruto para nada). Caminar por entre los pasillos, rodeada de todo tipo de criaturas y personajes se convierte en un banquete para mi imaginación que ya de por sí es bastante traviesa. Según vas caminando, te das cuenta que has entrado a una zona libre de acoso. Todos los «raros» -estofones, weirdos, nerdos y travestidos- encuentran un espacio en el que ya no son el otro, sino el uno. Todos caminan con el rostro erguido, con paso seguro, sonreídos. De repente, sus cuerpo no son atacados por ser gordo o flaco; alto o bajo. No importa si eres una señora con nietos vestida de Mujer Maravilla o si eres un adolescente varón que se siente feliz porque por fin puede ir vestido de Elsa mientras susurra para sí Let it go. Aquel espacio de lo fantástico se transforma en el espacio de la liberación. La apertura interpretativa que cada individuo da a su Yo llena el ambiente de un aire de jubileo que resulta contagioso y hasta liberador. Mi pregunta es ¿por qué estos seres que representan la otredad tienen que esperar un año para disfrutar de una visibilidad, no solo permitida, sino plausible? ¿Por qué tienen que llegar a ese lugar para sentirse seguros y libres de acoso? ¿Qué nos pasa que como sociedad vituperamos, golpeamos y humillamos a una parte de la misma por ser diferente? ¿Cuándo llegará el momento en que nos sentemos a evaluar nuestros actos y comencemos a vivir conforme a la Justicia? Entre nosotros y nosotras viven los monstruos, los héroes y las princesas valientes; entre nosotros y nosotras está la respuesta.
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